sábado, 10 de septiembre de 2011

¿Qué es el capitalismo?


Capitalismo: cuando usa la zanahoria, se llama “democracia”. Cuando usa el garrote, se llama “fascismo”.

El capitalismo no es hacerse rico, el capitalismo no es tener más o menos poder, el capitalismo no es un fenómeno estadounidense. El capitalismo no consiste en votar o no votar, no consiste en ir de tiendas o en comprar coches. No consiste en hincharse a comida basura ni en querer ser mejor que los demás, eso no es el capitalismo y quien así lo crea confunde la enfermedad con sus síntomas.

Una infección, por ejemplo, no consiste en toser y cambiar de color, consiste en la entrada y propagación de unos organismos patógenos que son detectados con esos síntomas antes descritos, entre otros.

El capitalismo es un sistema económico, no es un sistema político como algunos piensan, es un sistema económico que a su vez se basa en la propiedad privada de los medios de producción industriales. Por tanto, cualquier alteración, cualquier mejora o cambio del tipo que sea que no altere esa base, no es ni puede ser un sistema no capitalista. Si por ejemplo en algún país avanzado del entorno escandinavo decide que un porcentaje de las ganancias de tal o cual empresa se destinen a presupuestos estatales para ayudas sociales, el sistema seguirá siendo capitalista pues la base del sistema económico seguirá basándose en la propiedad privada. Si en lugar de implementar estas medidas implantamos otras en las que el Estado critica en todo momento el liberalismo, el capitalismo y el individualismo, somete a la población a un régimen de vida comunal en grandes movimientos de masas de intenso patriotismo y catarsis colectivas – sí, estoy definiendo el fascismo – pero en lo económico mantiene la propiedad privada, el sistema seguirá siendo capitalista. En referencia a esto último, ha de recordarse que la Alemania nazi no solo no incautó las propiedades de los grandes magnates europeos del acero y otras industrias sino que estos se enriquecieron con sus campañas de conquista e, incluso, se realizaron sabrosos negocios con grandes empresas estadounidenses, algunas incluso propiedad de importantes familias judías.

En la España de Franco pasó tres cuartas partes de lo mismo cuando, una vez ganada la guerra, se sometió a una buena parte de la población cautiva y desarmada del bando republicano a trabajos forzosos para empresas privadas locales.

El capitalismo es un sistema que nace vigoréxico, necesita fortalecerse, crecer y hacerse cada vez más grande. Las empresas que lo conforman no pueden retroceder ni un milímetro porque en ese momento se estancan y mueren en la jungla de la competencia. Es entonces cuando sus vasallos, los fieles y dóciles trabajadores han de hacer penitencia y asumir ganar menos y trabajar más. Quitarse de este u otro derecho con la excusa de que los esclavos que menos coman alientan al terrateniente algodonero a comprar más esclavos. Lo único que ocurre es que en esta lucha silenciosa contra una masa de inconscientes borregos poco a poco se llega al día en que definitivamente no les quede nada que ofrecernos a cambio de agachar la cabeza. Y llegado el día, la población trabajadora no tendrá más que dos caminos, esperar a que se produzca algún milagro que cambie lo inevitable o, directamente, hacer la revolución.

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