Fuente: http://www.farodevigo.es/opinion/2011/10/26/gadafi-muerto-ayatolas-puestos/591760.html
La guerra entre clanes de la Cirenaica y la Tripolitania terminó como suelen acabar estas cosas: con el dictador de Libia corrido, vejado, sodomizado y finalmente ejecutado sin juicio previo por los de la tribu de enfrente al grito de "Dios es grande". No fue sin embargo Alá, sino la OTAN la que derrocó con sus barcos y aviones a Gadafi, patrocinando –tal vez sin quererlo– el espectáculo que estos días abochorna a las cancillerías europeas y al común de las gentes civilizadas.
Que una organización del Atlántico Norte intervenga en el Mediterráneo ya parece de por sí una contradicción de orden marítimo; pero acaso no sea la mayor de todas. Ni siquiera el hecho de que Gadafi fuese agasajado hace apenas unos meses por Zapatero, Berlusconi y otros líderes de la Alianza –a cambio de enjundiosos contratos– pasa de ser una anécdota en el siempre cambiante ámbito de las relaciones internacionales.
Lo que de verdad sorprende es el resultado de la guerra. Tanta bomba, tanto submarino y tanta matanza para que el régimen de Gadafi deje finalmente paso a otro de raíz islámica y teocrática bajo la presidencia de Mustafá Abdel Jalil: el mismo que hasta el pasado mes de febrero ejerció de ministro de Justicia del sátrapa ahora asesinado. Tampoco el primer ministro provisional Mahmud Yibril era exactamente un opositor a Gadafi. De hecho, desempeñó hasta comienzos de este mismo año el cargo de jefe de la Oficina Nacional para el Desarrollo Económico creada por el ya exdictador –y exser viviente– con el propósito de liberalizar algunos aspectos de la economía libia.
El nuevo presidente y otrora devoto gadafista es nada menos que Abdel Jalil, un doctor en Ley Islámica que no ha tardado en anunciar el nacimiento de un nuevo Estado teocrático semejante a los de Irán y Arabia Saudí. La sharia o código musulmán inspirará a partir de ahora la legislación ordinaria de Libia, convirtiendo el pecado en delito y viceversa.
Curiosa paradoja. Las bombas sembradas por la OTAN en una guerra que ni siquiera era guerra para la ocurrente ministra española de Exteriores van a traer como inesperada cosecha el regreso de Libia al Medievo. Para abrir boca, el nuevo –aunque arcaico– Consejo de Transición ha decidido restaurar en todo su esplendor la poligamia, costumbre a la que el inesperadamente moderado Gadafi había impuesto severas limitaciones. Y quizá eso solo sea el principio. Si los nuevos ayatolás traídos a golpe de Tomahawk por la Alianza Atlántica aplican a fondo su programa religioso–legislativo, es solo cuestión de tiempo que el adulterio, la homosexualidad, el consumo de alcohol y/o la poca obediencia de las mujeres a sus maridos pasen a ser delito en la vieja Tripolitania.
Al igual que sucede en Arabia, donde la Policía de la Virtud patrulla las calles a la búsqueda de tobillos de señora para azotar, las mujeres libias deberán vestir de manera decorosa so pena de ser consideradas culpables –por provocadoras y descocadas– en el caso de que alguien las viole. Naturalmente, los gays que no disimulen su aberrante condición correrán serio riesgo de recibir una buena tanda de azotes o, en el peor de los casos, acabar colgados de una grúa como es costumbre en el alegre Irán de los ayatolás. Por fortuna, los ladrones y otros delincuentes de orden menor solo arriesgarán la amputación de una mano si reinciden en su afición a cambiar las cosas de sitio.
Tan notable mejora en sus condiciones de vida se la deben los libios –y en particular, las libias– a las bombas que la OTAN dejó caer sin reparar en gastos sobre su territorio con el propósito de derrocar a Gadafi: un antiguo colega súbitamente devenido en tirano. Si los aliados esperaban sacar petróleo con sus bombardeos, de momento solo han hecho aflorar una marea de ayatolás. Es de esperar que la sharia –tan estricta– no les prohíba comerciar con su oro negro.
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